domingo, 18 de noviembre de 2018

EL ÁLBUM DE FOTOS



Lleva algún tiempo sin escribir, no tiene ganas. Sale a pasear como todas las mañanas con su fiel amigo. Pero no ve nada que le llame la atención, no es capaz de imaginar alguna situación que le de pié a abrir el ordenador.

Hace casi un mes que discutió con su hermana por el dichoso Álbum de Fotos de la familia.

Se pasaba el día pensando, en la hora en que le dijo a ella que lo sacara que iban a pasar un buen rato y en la fatídica hora también, que le dijo que se lo dejara llevar.

¿Para qué lo quieres? Le dijo su hermana. Tienes todas las fotos escaneadas.

Venga no seas así hombre, te prometo que en dos días te lo devuelvo.

– El Álbum de fotos no sale de aquí.

Pero su hermana lo que no sabía era que a él le gustaba ver las fotos de su madre, es cierto que las tenía en el ordenador y que gracias a ellas, tuvo la suerte de encontrar su camino en la escritura.

Le gustaba tocar las fotos de su madre cuando era pequeña, le gustaba ver la sonrisa amable y sus ojos de felicidad. Le gustaba ver las fotos de su madre de adolescente con su rostro limpio sin ninguna sobra.

Adoraba ver esas fotos en la que la protagonista siempre era la sonrisa de ella y la expresión viva de sus ojos.

Esos ojos y esa sonrisa que con el tiempo fue desapareciendo, aunque ella siempre estuviese gastando bromas o riéndose su expresión había cambiado. Su sonrisa y sus ojos cada día más grises.

Un buen día, sin pensárselo apareció en casa y sin venir a cuento le pregunto:

Mamá ¿por qué no te vas?

– ¿A dónde hijo? le respondió ella divertida

–Mamá, no te necesitamos ya. Le dijo él con rostro serio. Tienes que marcharte de aquí.

A ella se le cayó el paño de las manos, sabía de lo que estaba hablando su hijo y musito:

– No puedo irme.

Claro que puedes mamá, ¿que te detiene aquí? ¿Él? Sabes que tiene su vida desde hace tiempo. No te quiere, sólo le gusta tenerte controlada. ¿Pero cuando te vas a dar cuenta mamá? Mi hermana y yo estamos ya independizados, tenemos nuestros trabajos y nuestros problemas, no es hora de que dejes tus miedos atrás y empieces a vivir.

– ¿A dónde hijo, a donde voy a ir?

– No digas eso mamá, sigues siendo independiente económicamente, siempre te estoy oyendo decir que te gustaría hacer esto y lo otro y él siempre que lo has intentado te ha cortado las alas, o te ha hecho cambiar de opinión. Mira ya es hora que salgas de aquí, del círculo del confort de él, que no es el tuyo desde que yo tengo uso de razón. Haz un pequeña maleta y vete, corre mamá.

– Ayúdame a poner la mesa.

Fue lo que tuvo por contestación. Pero cuando la miro algo raro le pasaba en su ojos un tímido brillo ellos comenzaba a aflorar.

Al poco tiempo, abrió su buzón y encontró un sobre dentro de el, una foto con un enorme GRACIAS por detrás, la miro y empezó a chillar y a saltar de alegría era de ella por fin estaba donde quería.

sábado, 3 de marzo de 2018

SE CRUCE, ESA CALLE





Intentaba no pasar por ese cruce, por esa calle, y cuando lo hacía tenía la capacidad de teletransportarse como si fuera un integrante más de Star Trek a una tarde de hacía más de 20 años en la que iban a celebrar la entrada de 1998.

Sus padres como muchos días, por no decir todos, acompañaban a su hijo mayor al trabajo que estaba relativamente cerca del domicilio familiar.

Paseaban comentando todo tipo de noticias o cotilleos del barrio, otros días sin embargo llegaban al trabajo de Antonio y no habían abierto la boca no les hacía falta, su hijo se limitaba a darles un beso en la mejilla a la vez que les susurraba en el oído “hasta mañana, os quiero”.


Él entraba en el ambulatorio donde realizaba su trabajo y sus padres volvían a casa dando así por finalizado el paseo diario.

En Navidad, solían subir a comer las uvas con él y sus compañeros, no tenían demasiado jaleo a esas horas. No les importaba que los padres y hermano de su compañero se acercaran y brindaran con ellos. Además la madre de Antonio, nunca llegaba con las manos vacías.

Un año más volvía a teletransportarse. Siempre al mismo año y la misma hora, lo odiaba, no quería, su cuerpo luchaba no quería ir. Pero su cabeza mucho más ladina, le engañaba y se lo volvía a llevar.

Y como si se tratara de algún perverso ritual se paraba en ese cruce, en esa calle y volvía a vivir aquella tarde del 31 de Diciembre de 1997, donde un autobús que se dirigía a las cocheras sesgo la vida de sus padres.

Él falleció al instante, ella con el poco resuello que le quedaba pudo llegar a abrazar a su marido y dar la última bocanada de vida que le quedaba. Antonio, impasible con los ojos muy abiertos miraba la escena, no escuchaba los pitidos de los demás vehículos, arrodillado junto a sus progenitores, no derramaba ni una lágrima. Recordaba las palabras de su padre cuando era pequeño diciéndole “los hombres no lloran, Antoñito”sujetándole fuertemente la mano.

Han pasado más de 20 años, Antoñito seguía sin llorar, psicólogos, psiquiatras le dijeron que era bueno llorar, que debía pasar el duelo. Él quería intentarlo, pero su cabeza mucho más rápida que él, no le dejaba, diciéndole una y otra vez “los hombres no lloran, Antoñito”. Si vamos una vez más puede que está vez no se los lleve el autobús. Vamos, venga vamos.

Y volvía a ese cruce a esa calle, donde nunca pudo conseguir meterse debajo de las ruedas del autobús para poder salvar la vida de sus padres. Donde la escena era siempre la misma, el arrodillado junto a ellos, los pitidos de los coches, las sirenas del Samur, sus compañeros recogiendo los cuerpos sin vida de sus padres y el arrodillado en el paso de cebra, sin parpadear. Siempre en ese cruce, en esa maldita calle.

SE CRUCE,ESA S