Cuando
se presenta dice que le podemos llamar Quique, llamarme Quique, repite,
luciendo una gran sonrisa y unos blancos dientes perfectamente alineados mientras nos estrecha la mano uno a uno de los
que formamos el pequeño grupo.
A
Quique, le conocimos hace ya algún tiempo en el parque de mi barrio, siempre
sentando en un mismo banco, vestido con un vaquero desgastado una gorra y playeros
de imitación Nike, cortavientos rojo y buscando un poco de sol, como nosotros.
Siempre
sentado en su banco, los brazos cruzados y sus largas piernas abiertas. Le
gusta jugar con los perros, y a ellos les gusta Quique, le habla en algún
idioma que no entendemos, de forma tranquila, los mira a los ojos y gesticula,
como si los animales pudieran entenderle.
Juega
con ellos, les enseña a que le traigan las piñas o pelotas que nosotros
llevamos y que si queremos recuperarlas debemos ir nosotros a por ellas, por lo
menos en mi caso.
Quique
es un inmigrante de Senegal, nos dice el día que por fin se decidió a entablar
conversación con nosotros, no habla demasiado, pero le gusta reír, aunque no
puede esconder la tristeza de sus ojos y una gran cicatriz en su mejilla y mano
derecha que trata siempre de esconder.
Hace
ya algún tiempo, y con un frío de mil
demonios, una de las cicatrices, la de la mano en concreto, le molestaba y por
su cara, le molestaba bastante, entre risas y algún gesto de dolor, dice, “no
le hago caso al dolor”. Ha ido poco a poco confiando en nosotros, y nos cuenta
que duerme en el albergue que está justo al lado del parque, se confía todavía
más y nos cuenta que de vez en cuando viene “el jefe” y se lo lleva al Ramón y
Cajal donde hace de “gorrilla”, otras le da una sabana llena de bolsos o
cinturones de imitación para que se vaya
a venderlo a la calle Alcalá.
No
cuenta, ni nosotros le preguntamos, cuanto puede ganar en un día o semana o
un mes, pero no debe ser mucho, duerme
en el albergue. Nunca necesita nada, siempre sonríe, peros sus ojos le delatan,
siguen tristes, grandes, profundos, pero muy tristes.
Lleva
ya una temporada trabajando poco, o eso es lo que nos da a entender, aquí en
España, dice, bajando los ojos, la cosa no funciona demasiado bien, y su voz
suena triste, mientras acaricia a unos de los perros que le reclama
la pelota.
En
otra de las ocasiones que volvimos a coincidir con él, nos presento a su amigo
Abdul, un hombre grande con los rasgos muy similares a los de Quique, él nos le
presenta como su compañero de viaje, se conocieron en Marruecos, Abdul ayudo a
Quique a escapar de la policía marroquí adentrándose en la sierra, donde
convivieron con más compañeros de fatigas, pasando hambre, sed, mucho frío y
también mucho calor, pero a la vez compartían un sueño. Iniciar una nueva vida
en Europa.
Abdul
es más hablador que Quique, aunque tiene más problemas para expresarse en
castellano (habla francés e inglés perfectamente) pero un día y casi sin venir a cuento, nos empieza a relatar como entraron en España.
Tiene la voz muy grave, mira fijamente a sus interlocutores, incluido Quique,
que este a su vez le mira con ojos expectantes, mientras se toca la cicatriz de
la cara.
Empieza
a lloviznar, pero el grupo no se mueve, Abdul comienza diciendo que no fue
fácil salir primero de su país, le costó mucho dinero, dinero que en estos
momentos está pagando y que desgraciadamente pagará durante toda su vida,
cuenta también que una vez en Marruecos “el jefe” los dejo sin protección alguna,
indicándole que para poder alcanzar SU SUEÑO, sólo tendría que saltar esa
verja, es fácil, les dijo, sólo hay que saltar, Abdul mira a su compañero de
viaje y este que no ha dejado de tocarse la cicatriz asiente con la cabeza, es
fácil, murmura Quique.
Y
una noche sin luna, decidieron saltar, decidieron hacer realidad su sueño,
llegar a Europa, saltaron más de cincuenta compañeros vuelve a contar Abdul,
algunos no lo consiguieron, estaban demasiado débiles para poder subir la
verja, otros entre los que se encontraban ellos lo consiguieron pero a cambio, tuvieron que
pagar un alto peaje.
Recuerda
como dos de ellos, no resistieron el dolor de
“las cuchillas” en sus cuerpos cayendo al vacío. Recuerda también el
sonido de los cuerpos al caer al suelo, y no poder socorrerles, y recuerda a su
amigo, hermano, compañero de viaje Quique con la cara ensangrentada pero con
una gran sonrisa, y diciéndole, estoy bien, estoy bien, Abdul se le escapa una
lagrima, que detiene inmediatamente,
mirándonos y diciendo, no eran
tan fácil, y a reglón seguido nos muestra las palmas de sus manos, así como sus piernas,
llenas de grandes cicatrices mal curadas.
Hace
ya algún tiempo, que hemos dejado de verlos, hace ya algún tiempo, que se les
echa de menos, hace ya algún tiempo que
han dejado España, aquí no han podido o no les hemos dejado hacer realidad su
sueño.
Vivir
con dignidad.
I close my eyes. Only for a
moment and the moment's gone. All my dreams. Pass before my eyes, a curiosity. Dust
in the wind. All they are is dust in the wind. Same old song. Just a drop of
water in an endless sea. All we do. Crumbles to the ground, though we refuse to
see. Dust in the wind. All they are is
dust in the wind.
(Kansas - "Dust in the wind")
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