Tardan mucho, se decía mientras
miraba por el gran ventanal del salón. ¿Les habrá pasado algo?, se preguntaba.
Cuando los llame la semana pasada, me
aseguraron que vendrían y que traerían consigo a sus hijos.
Hoy era su cumpleaños, hoy
cumplía 75 años, se había comprado para la ocasión, un bonito vestido rosa palo,
había bajado a la peluquería, donde según Marta la peluquera de la
Residencia le había quitado de un
plumazo diez años.
Estaba arreglada, estaba
maquillada, estaba perfumada, estaba como siempre con ese aire de elegancia tan
característico en ella, estaba esperando y no la gustaba, miraba su reloj de
pulsera, mientras sostenía entre sus manos su teléfono móvil de alta
generación, preguntándose una y otra vez el porqué de la tardanza de sus hijos.
Elisa, siempre fue una mujer muy independiente, viuda desde muy joven, nunca quiso casarse de segundas,
con una vez vale, les decía a sus amistades, no volveré a cometer el error de
casarme, tengo una vida que vivir.
Había tenido dos hijos Carlos e
Isabel se llevaban poco tiempo, eran dos niños muy bien educados, habían
estudiado en los mejores colegíos de Madrid y de Inglaterra. Los dos tenían sus
respectivas carreras universitarias, él Doctor en Derecho y ella Ingeniero Informático.
Pronto empezaron a trabajar, los
hermanos se llevaban bien, siempre juntos , todavía Elisa recuerda cuando sus
hijos decidieron marcharse a Estados Unidos, a Isabel le ofrecieron una beca en
uno de los Centros más importantes de San Francisco y Carlos sin pensárselo la
acompaño, estuvieron cerca de tres años viviendo allí, a raíz de la gran crisis
decidieron volver a España, trayéndose consigo sendas parejas, Elisa, sabía de
las bodas de sus hijos, sabía que tenía dos nietos Anita y Stuart, pero ella
nunca tuvo tiempo de viajar a San Francisco, tenía una vida que vivir.
Tardan mucho, continuaba diciendo
sin dejar de mirar por el gran ventanal
del salón. Les a tenido que suceder algo, arreglándose una vez más el recogido.
Fue entonces cuando Elisa decidió, acercarse a la recepción y preguntar si
tenían algún mensaje de sus hijos, lo siento señora Martin de Leal, no tiene
ningún recado, le dijo la amable recepcionista.
Una débil idea se le paso por la
cabeza. “No van a venir”, pero enseguida la descarto, afirmando van a venir soy
su madre y abuela, hoy cumplo 75 años volviendo al gran salón, volviendo a mirar por el gran ventanal de la Residencia,
diciéndose una y otra vez “vendrán” “claro que vendrán”.
Le dolían las piernas de estar en
pié y decidió sentarse en una de las butacas, sin perder de vista el jardín. Y sin saber muy
bien porque, empezó a recordar sus
anteriores cumpleaños. Recordó cómo se
llenaba de gente su casa de Somosaguas (escritores, pintores, actores de cine y
teatro, hasta videntes) era uno de los fines de semana más maravillosos. "La crème de la crème"
contaban las revistas de cotilleos. Catering exclusivos, vinos de categoría,
música en vivo, hasta un año hubo fuegos artificiales regalo de uno de sus
invitados de Marruecos, recordaba los diferentes tipos de regalos que recibía y
que ella, también ofrecía a sus invitados.
Recordó que muchos de ellos
eran compañeros de viaje. Recordó lo bien que se lo pasaban en invierno cuando
iban a esquiar a Suiza o a Estados Unidos. Recordó lo bien que lo pasaba en
Estambul en primavera. Recordó también, lo bien que lo pasaba en Palma de
Mallorca en verano y como lo alargaban marchándose a la República Dominicana.
Pero era incapaz de recordar una
sola Navidad con sus hijos, no podía recordar cuándo fue la última vez que paso
una vacaciones de verano con ellos, siempre estaban fuera estudiando, siempre
de internado en internado, y en verano con Alma su tata que los llevaba de
vacaciones a la casa de los abuelos paternos en
Peñíscola donde pasaban todas sus vacaciones y donde Elisa aterrizaba
algún fin de semana, presionada por Alma. Tengo toda una vida que vivir, le decía
siempre a la tata, tú no lo entiendes, y de malas maneras aparecía un sábado
por la mañana y desaparecía el domingo a primera hora de la tarde.
En las horas que ella se
encontraba en Peñíscola , sus hijos
agradecían el esfuerzo que su madre estaba haciendo por ellos, les
llevaba a la playa, jugaba con ellos en la piscina de los abuelos, preparaba la
merienda para sus amiguitos y hasta hacía planes con ellos para la próxima
Navidad. Ellos siempre deseosos de que las horas no pasaran, ellos siempre
deseosos de que ese año por fin celebraran la Navidad en Madrid, con su madre y
abuelos, ellos deseaban creer, deseaban estar con ella, pero desgraciadamente
eso nunca ocurría, desafortunadamente, la casa de Somosaguas en Madrid, siempre
estaría vacía por esas fechas, un año
más, Elisa y sus amigos decidieron pasar
la Navidad al calorcito de una playa caribeña.
Y los años fueron pasando y los
niños ya adolescentes, seguían educándose, seguían estudiando, seguían con su
tata, Elisa aparecía en graduaciones, Elisa seguía apareciendo en Peñíscola,
Elisa seguía llamando por Navidad, ahora sus hijos eran ya mayores y cuando se
encontraba en Madrid deshaciendo o haciendo alguna maleta, siempre se
justificaba con ellos diciendo: tengo una vida que vivir y salía de nuevo
de sus vidas.
Hacía ya algún tiempo que la
situación económica de Elisa era delicada, muy delicada, Esteban el hombre de
confianza de sus negocios ya se lo advirtió. Debes echar
el freno Elisa, las cosas ya no marchan como antes, empezamos a deber mucho
dinero, tenemos que cerrar algunos negocios, pero la contestación que recibía
de ella, era siempre la misma tengo una vida que vivir y salía del
despacho de Esteban muy enfadada.
Esteban, que junto con Alma
siempre estuvo al lado de los hijos de Elisa, decidió reunirlos en su despacho
y contarle en la situación en la que está se encontraba. Tiene demasiadas
deudas, habría que pensar en vender la casa de Somosaguas, le dijo preocupado.
Los hijos que ya sabían algo, no pusieron ningún tipo de oposición, Isabel con
cierta pena dijo, que se venda, pero
Peñíscola la mantenemos y miro a su hermano Carlos que de inmediato, afirmo con la cabeza.
¿Qué hacemos con ella? pregunto
Carlos con cierta vergüenza, ¿con quién? pregunto Isabel, con mamá, donde
vivirá ahora, continuo diciendo Carlos. Esteban, lo tenía todo calculado y les dijo que con lo que
obtuvieran de la venta de la casa Elisa, podría ingresar en una buena
Residencia, a su altura, dijo, mientras sonreía y cerraba la carpeta, pero,
preguntó Carlos de nuevo, ¿ella está conforme con eso?, tendrá que estarlo dijo Isabel
de repente, tiene una vida que vivir,
mirando a su hermano, también
con cierta vergüenza.
Los acontecimientos de
desarrollaron, rápidamente, la casa se vendió muy bien, ninguno de los hijos
quiso comprarla y eso que Esteban insistió, pero les traían demasiado malos
recuerdos, Elisa fue perdiendo sus amistades, algunas igual que ella, habían
perdido todo, decidiendo recluirse en alguna Residencia que pudieran pagar, otras habían
desaparecido, ya no había fiestas, ya no había viajes, se esfumaron.
El último cumpleaños que paso en
Somosaguas lo paso con sus amigas del alma
Carmen y Daniela que igual que ella estaban solas y a punto de
arruinarse. Fue un cumpleaños triste, fue un cumpleaños con una pequeña merienda y una tarta de cumpleaños del Eroski.
Ella sabía ya que el próximo sería en la Residencia, aunque siempre albergaba
la ilusión de que alguno de sus hijos la invitara a irse a vivir con ellos.
Tenía la esperanza que Esteban le dijera que alguno de los chicos había
comprado la casa, que no tendría que preocuparse, que finalmente se quedaría
allí, pero Esteban aparecía en casa con personas interesadas en el inmueble,
ella siempre y antes de que apareciera la visita, salía a dar un paseo, no quería ver la cara
de esas personas, que invadían su intimidad, que visitaban su dormitorio y se sentaban en su salón, era
su casa y la iba a perder, sus hijos, definitivamente no la iban ayudar.
Elisa ingreso en la Residencia
hacía ya nueve meses, tenía una buena habitación y la gente era amable con
ella, había servicio peluquería, tenían una masajista y una piscina cubierta
que en verano también podía usarse. Sus hijos junto con Esteban fueron con
ella, visitaron todas las instalaciones y se marcharon con un “mañana te
llamaremos para ver cómo has pasado tu primera noche”, ella se quedo en la
puerta mirando cómo se iban sus hijos, se les quedo mirando con rabia y pena,
la habían “aparcado” en una Residencia para viejos. ¿Qué habré hecho mal? se
preguntaba mientras despedía a sus hijos y a Esteban con la mano.
Elisa seguía en su butaca, algo
adormecida pero sin quitar la mirada del gran ventanal de la Residencia, sus
ojos estaban humedecidos, no van a venir, repitió, no van a venir, tienen una vida que vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario