Ya no me acuerdo, ni de tu risa, ni de tu prisa, por darme un
beso. Ni qué botón, de mi camisa, desabrochabas primero…
Entra en su gran
cocina, abrochándose su delantal, no puede dejar de tararear esa canción de
Estopa. Su equipo espera sus órdenes. Hoy esperan al Michelin, alguien les ha
llamado por teléfono y les han asegurado que hoy comería en su Restaurant.
Él parece no
tener ninguna prisa, mira que todo esté perfectamente limpio, que los
ingredientes estén perfectamente alineados sobre la encimera de acero inoxidable,
sin dejar de tararear.
Mira a todo su
equipo y no puede dejar de acordarse de la primera vez que la vio. Era un día
lluvioso, tocaron a la puerta de atrás, y allí estaba ella. Con una carpeta
amarilla donde guardaba su historial profesional. ¿Puedo dejarte un Curriculum? le pregunto empapada.
La miró, y supo
que se quedaría con ella. La invito a pasar, ofreciéndola un chocolate recién
hecho. Toma sécate, le dijo mientras
le daba un paño grande de cocina limpio. Dejo que ella se secará
tranquilamente, dejó que se tomara el chocolate que él mismo había preparado
hacía pocos minutos Bien, vamos a ver que
sabes hacer, hablo de nuevo.
Ella, sin
mirarle, apoyo el paño húmedo sobre una de las sillas de la cocina. ¿Tienes un delantal? le pregunto. Sonrió
y alargando la mano le ofreció uno de los suyos.
¿Empezamos? dijo de nuevo la muchacha,
mientras se remangaba.
La miro a los
ojos y con los brazos en jarras, le preguntó ¿Qué te gustaría que cocináramos?. ¿Pero, no me vas hacer una prueba?, dijo ella sorprendida. No, le respondió él. Dime, ¿qué es lo que te gustaría que
cocinar? insistió de nuevo.
Así fue como ella
entró en su cocina y en su vida. Ella siempre segura de sí misma, no preguntaba
qué es lo que debía hacer, dejaba que sus manos trabajaran. Él la observaba
junto con todo su equipo. Miraban la manera en la que manejaba el cuchillo, la
manera en cómo podía desmenuzar una pieza de carne. Golpe seco, para más tarde
terminar acariciando con especias el pedazo de carne.
Cocinaban,
reían, se amaban, pero supo que pronto se marcharía, ella no dejaba de
recordárselo cada noche. Me voy a marchar,
le decía, mientras él la apretaba fuertemente junto a su pecho.
Una mañana
lluviosa, cogió de nuevo su carpeta amarilla, su mochila y se marchó. No hubo
despedidas, ni tan siquiera se miraron. Desapareció de su vida, mientras él
tarareaba :
...Ya no me acuerdo, ni de tu risa, ni de tu prisa, por darme un
beso. Ni qué botón, de mi camisa, desabrochabas primero…
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