Estaba cansada, por fin se había quedado sola, por fin podría quitarse los malditos tacones y ponerse sus zapatillas, por fin podría tomarse ese café que tanto deseaba, la gente estaba empeñada en que solo tomase tilas.
Después de ponerse cómoda, miro en la cocina y observo como Encana su asistenta de toda la vida la había dejado preparado un plato con algunas viandas sobrantes.
Habían sido dos días demasiados largos, dos días que para Ernesto y para ella eran dias perdidos, nada de tanatorios ni reuniones familiares, cuando pase lo que tenga que pasar tú ya sabes Elena: "El muerto al hoyo y el vivo al bollo".
No, no había sido así, sus hijos y sus múltiples compromisos se lo impidieron y al final se monto toda la parafernalia que fue posible, hasta acudieron algunos miembros del gobierno con las consabidas cámaras de televisión.
En fin ya estaba en su casa, ya estaba a salvo, sentada en la cocina frente al plato de comida del que estaba dando buena cuenta y su café, su bendito café, su tele puesta a la que no hacia ninguna caso, y su inseparable muñeca su perrita mestiza que apareció un día en casa y se quedo.
Cuando acabo de comer, recogió la cocina, apago la tele y se marcho con otra taza de café al comedor junto a la perrita. Allí estaban los dos frente a frente. Elena miro la urna con las cenizas de Ernesto y pensó que el mejor sitio para dejar a Ernesto sería su despacho, … y dicho y hecho .
Abrió la puerta y pensó donde dejaría aquel cacharro, de esto no habían hablado Ernesto y ella, así que tendría ella la responsabilidad de colocar a su marido en un sitio adecuado.
Miro y remiro no sabia donde colocar a su marido, la puso encima de la mesa de trabajo, encima de la mesa de cortesía tampoco, en la estantería de la publicaciones y premios de él, tampoco. Miraba con la urna en las manos y como si hubiera caído en trance, se fijo en la estantería prohibida la estantería favorita de él donde tenía sus verdaderos premios, sus recuerdos y en especial una caja de color blanca ya amarillenta. La caja de la discordia, cuantas veces habían discutido por ella.
-Ernesto, vamos al chino a comprar una caja nueva, ésta se cae de vieja.
Le habría dicho en multitud de ocasiones y obteniendo siempre la misma respuesta NO.
La puso a su lado y la caja sin apenas tocarla se cayo, Elena no le dio importancia, y sin más volvió a colocarla en su sitio. Sin pensarlo, cogió la urna y la coloco a su lado, diciendo:
- Creo que este es tu sitio Ernesto, al lado de tu caja de los secretos.
Sin saber muy bien porque la caja se volvió a caer y esta vez saltaron algunas de las cartas que contenía a la caja, Elena trato de guardarlo sin querer hacer caso al contenido de la caja, es cierto que sentía mucha curiosidad, pero al mismo tiempo sentía mucho más respeto por su marido recién fallecido.
A la mañana siguiente antes de que Encarna entrara por la puerta Elena estaba ya despierta y con el desayuno hecho, desde siempre habían desayunado los tres juntos, cuando entro Encarna por la puerta de la cocina, miro a Elena y la dio un beso en la mejilla:
-Qué tal has pasado la noche? Estuve a punto de venir a dormir contigo, pero pensé que querrías estar a solas un rato.
Elena, sonrió y no dijo nada, tenía los ojos enrojecidos, se limito a servir el desayuno y con su segundo café decidió contarle lo acontecido con la urna y la caja de los secretos.
-Anda ya Elena, que exagerada que eres hija.
-Que no, que no exagero Encarna, en cuanto terminemos de desayunar vamos a ir y veras, dijo Elena toda sería.
Habían desayunado, Elena se había duchado y Encarna había terminado de hacer sus quehaceres que más bien eran pocos, la casa apenas se ensuciaba.
-Encarna vamos al despacho? dijo Elena como si fuera una quinceañera.
-Venga vamos, dijo Encarna igual de emocionada.
En cuanto abrieron la puerta del despacho la cara de las dos mujeres fue de desilusión total, la urna y la caja estaban en su sitio.
-Bueno aquí está todo en orden dijo Encarna.
Nada más decir esto la caja se cayo al suelo, las mujeres dieron un gritito y un paso hacía atrás.
-Veras, dijo Elena, voy a colocarla en su sitio y que te juegas a que se vuelve a caer.
Efectivamente la caja se volvió a caer,
-Quita la urna de al lado de la caja. Dijo Encarna como si fuera la entendida en asuntos paranormales.
-Estas segura? pregunto Elena
-No, no tengo ni idea pero vamos a probar, dijo Encarna.
-Vale, vale probaremos.
Elena y Encarna no dejaban de mirar, la caja y la urna en su sitio, sin moverse ni un ápice. Encarna, miraba y remiraba la estantería, habrá algún tope que hace caerse la caja pensó mientras metía la mano por detrás. No hay nada solo la pared, volvió a decirse a si misma.
La caja y la urna seguían en su sitio, no se movía ninguna de las dos, las mujeres no dejan de mirar estaban como hipnotizadas, después de un rato Elena, muerta de aburrimiento le dijo a su amiga:
-Vámonos, Encarna, tomemos un café, aquí todo está bien.
Salieron de la habitación sin quitar ojo a la caja y a la urna. Todo está bien dijo Elena en voz alta. No se mueve nada remato cerrando la puerta.
Ya en la cocina Encarna y Elena se tomaron un café junto con un cigarro, y es Elena quien interrumpe ese breve momento.
-Por qué no abrimos la caja?
-No sé, no sé dijo Encarna, es la caja de Ernesto, tu marido, qué pinto yo? termino de decir.
-Encarna, no seas así, eres parte de la familia, y no creo que haya nada comprometido, ya sabes como era Ernesto.
-No, he dicho que no, mira mientras preparo la comida, entra en el despacho y abre ya la dichosa caja, dijo Encarna algo molesta por la situación.
-Que no quiero abrirla sola Encarna, hija, que parece que no te enteras, dijo Elena.
-Ay ay ay, perdóname, dijo Encarna con tono ñoño.
-Déjate ya de monsergas, y vamos al lío.
Nada más entrar en el despacho, las mujeres se miraron entre si. Parecía mentira pero a las dos mujeres les temblaba todo el cuerpo. Simplemente iban abrir una mugrienta caja. pero era ¡¡La Caja de los Secretos!!.
Encarna, miro a Elena mientras se dirigía hacía la balda donde se encontraban la urna y La Caja de los Secretos, la temblaban las manos y cuando hizo en amago de ir a cogerla, algo la detuvo, no sabía porque, pero era incapaz de coger la dichosa caja, era como si las manos no le dieran de si.
-¿Qué pasa Encarna, puedes o no puedes? pregunto Elena con cierto retintín.
- No, no llego, dijo Encarna bastante confundida, no sabía que pasaba.
- A ver, déjame que lo intente yo. dijo Elena mientras se remangaba las mangas del jersey.
Elena lo intento una y otra vez, pero como Encarna, no era capaz de coger la caja.
-Encarna, dijo Elena bastante enfadada, tráete la escalera, veras si la cogemos.
La escalera mediana de la biblioteca, la escalera alta que se usaba para los cristales y colgar las cortinas. Todo fue inútil. La caja no quiere que la cojamos. Esa era la retahíla que Encarna repetía una y otra vez.
-Elena, déjalo, no quiere que la cojamos.
-¿Quien? pregunto Elena enfadadísima.
-Mira, no lo sé, pero dejémoslo por hoy, nos vamos a volver locas. Contesto Encarna.
- Me parece que tienes razón, vámonos y dejemos en paz a la "puta caja", dijo Elena bajando la voz como si alguien más la fuera a escuchar.
Almorzaron y terminaron el café en el salón, enfrente de la tele y algo adormiladas. Curiosamente, ninguna de las dos hablo de lo que había pasado en el despacho. Sólo miraban la telenovela.
El despacho siguió cerrado a cal y canto, las mujeres habían decidido no abrirlo, la "puta caja" como la llamaba Elena había ganado de momento.
Llego el fin de semana y como siempre los hijos de Elena y Encarna comían con ellas. De la manera menos inesperada Oscar que estaba casado con la Ruth la hija de Encarna soltó:
- Oye, estoy pensando una cosa.
De repente se hizo el silencio, todas las miradas se dirigieron hacía Oscar.
- A ver Oscar, dijo su hermano mayor, ilumínanos.
-¿Por qué Encarna, no se viene a vivir aquí? dijo Oscar, y mirando a las dos mujeres apostillo: estáis juntas todo el día y sitio hay de sobra.
Encarna miro a Elena pensado que había sido una idea suya, pero enseguida se dio cuenta que de ella no era la idea.
-Dejarlas en paz, volvió a intervenir el hijo mayor de Elena. Una cosa es lo que pensemos nosotros y otra es lo que ellas quieran.
Elena pensativa miro a Encarna y dijo:
-Creo, que los chicos tienen razón. Hay sitio de sobra, además estas todo el día aquí conmigo. ¿Por qué no lo piensas?
-Mamá, está vez intervino Ruth, es una buena idea, además los abuelos te dejaran por fin en paz.
-¿Qué pasa con tus suegros Encarna? le pregunto preocupada Elena
-Pues lo de siempre contesto de nuevo la hija de Encarna, están todo el día diciéndole que necesitan el piso para alquilarlo, que la pensión no les llega, que como los chicos ya no viven aquí, en fin Elena lo de siempre.
La comida, la tertulia y el café había acabado los chicos se habían marchado, Elena sentada en el salón, con cara de preocupación y algo disgustada, hacia que miraba la tele, Encarna que sabía lo que pasaba le pregunto:
-¿Y a ti qué es lo te pasa ahora?
-Mira, contesto Elena, te lo voy a decir. No me creo, que me tenga que enterar por los chicos, que vuelves a tener problemas con tus suegros y no me lo hayas contado. Se puede saber ¿por qué ?.
- Elena, no era el momento, contesto Encarna
-Ah, no era el momento, dijo Elena sin dejar de mirar la tele.
-Venga, no te enfades conmigo, ya tenías tu lo tuyo, para encima atender mis problemas, dijo Encarna, intentando quitar hierro al asunto.
Elena entendió que no había que darle mas vueltas al tema en el fondo y como casi siempre tenía razón, y sin pensarlo dos veces le pregunto:
-¿Entonces qué, te vienes?
- Si, contesto rotundamente Encarna.
La mudanza duro poco más de dos horas Encarna tenía pocas cosas. Después de un matrimonio tortuoso y muy costoso por la adicción de Fernando, era poco lo que según ella necesitaba. Un par de maletas y pocas cosas más, ni la ropa de cama era suya.
Habían pasado más de dos meses entre unas cosas y otras, estaban instaladas y paraban poco en casa. Encarna seguía haciendo sus quehaceres de casa y Elena haciendo también lo de siempre nada.
Una mañana, desayunando como de costumbre en la cocina, Encarna le pregunto a Elena:
-¿Qué te apetece hacer hoy?
-¿Por qué? respondió Elena mirando a su amiga. ¿En que piensas?
-En la cajita contesto Encarna.
-Vaya, ya salió la puta caja, dijo Elena irónicamente. ¿Quieres que entremos?
-Podíamos intentarlo hoy, contesto Encarna mientras recogía la mesa del desayuno.
-Estás segura, mira que luego te mosqueas y no hay quien te aguante.
-Anda ya, Elena. ¿Qué pasa hay miedito? pregunto Encarna muerta de la risa.
-Venga vamos contesto Elena bastante azorada.
Abrieron la puerta del despacho, estaba como ellas lo habían dejado, todo estaba en su sitio.
Elena, no se lo pensó y echo mano a la caja, esta vez la caja se dejo coger. Las mujeres se miraron entre si, y como si la caja quemase como un demonio, Elena la soltó en la mesa redonda cerca de Encarna.
-¡¡Ten cuidado hombre!! casi me la tiras encima, dijo Encarna divertida.
- No sé, he tenido una sensación rara y la he soltado en cuanto antes, contesto Elena, que parecía algo confundida.
-Elena, dijo Encarna, si esto te esta haciendo mal, lo dejamos y en paz. No es cosa que te dé un ataque de ansiedad por la puta caja. Mira, yo la metería en una bolsa de basura y me desharía de ella. Esto no te hace bien.
Elena estaba mas callada de lo normal, parecía que no escuchaba y Encarna preocupada, agito sus hombros preguntándole:
-Oye estás bien?
-Si, si no te preocupes, estoy bien y por cierto la caja se queda aquí.
-Vale, vale tranquila, solo era una idea, dijo Encarna mucho más tranquila.
-Bueno pues vamos allá, dijo Encarna mirando a su amiga, que parecía no querer abrir la caja.
-Elena, la abrimos o no? pregunto Encarna.
-Claro, claro, quieres hacer los honores? le pregunto Elena.
-De eso nada, esa caja era de Ernesto y ahora es tuya, yo estoy aquí de invitado de piedra, ya te lo dije el otro día. Sabes que por mi yo estaría fuera.
-Era broma, mujer dijo Elena tiernamente.
"Si estáis leyendo esto, es que por fin os habéis decidido ir a vivir juntas. Si hubiera sido de otra manera no podríais haber podido coger la caja.
Tras leer estas primeras líneas del manuscrito que había dentro de la caja, las mujeres se miraron e inmediatamente miraron alrededor como si alguien las observara.
Fue Elena la que se levanto y dijo:
-Voy a por un café, ¿te preparo otro?
Encarna, la miro y afirmo con la cabeza.
Una vez que la bandeja estuvo en la mesa, Elena cogió de nuevo el manuscrito y con una mirada de asombro comenzó a leer:
Encarna cariño:
Perdóname, después de la ultima paliza que te dio Fernando me prometí a mi mismo que iba a ser la última vez que se iba a ensañar de esa manera contigo, iba a ser la ultima vez que llamaríamos a Tomás para que te recompusiera.
Encarna, si te digo la verdad, no lo pensé demasiado, lo que si tenía claro es que debía hacer algo para que dejara de hacerte daño a ti y por ende a tus hijos, así que no me lo pensé dos veces.
Fue Fernando quien me dio el teléfono de su contacto y ya te puedes imaginar lo siguiente. Si, fui yo quien le regalo la sobredosis. Si, fui yo quien le anime a ponérsela, quería cerciorarme que no habría más palizas.
No lo siento, cariño. Se que cuando lo leas y lo releas, me vas a odiar, no lo vas a entender, pero te hacía daño. La próxima vez te habría matado, cada vez las palizas eran más y más fuertes, acuérdate de la ultima Encarna, no quisiste que fuéramos al hospital, Tomás fue él el que te trajo de nuevo a la vida, te has preguntado alguna vez ¿Dónde estaba Fernando?.
Encarna, estaba con su chica con él decía y con tus suegros cenando en el Mesón de la esquina, gastándose todo tu dinero.
No me odies Encarna, hice lo que tenía que hacer, sabía que aunque tú y los chicos os hubierais venido a vivir con nosotros, tarde o temprano te hubiera cogido y habría acabado contigo. tú y yo lo sabíamos por eso te pido que no me odies cariño, este será nuestro secreto.
Encarna le quito el manuscrito a Elena, no podía ser. Que coño estaba leyendo Elena, se decía así misma.
-No es posible, Ernesto mató a Fernando dijo Elena asombrada.
-En el fondo siempre lo supe, contesto Encarna llena de ternura.
-No te odio, dijo mirando a la habitación, no te odio, siempre supe que formaba para de tu vida, Ernesto. No te odio volvió a musitar pues las lágrimas no la dejaron articular ninguna palabra más.
Elena cariño:
Nunca estuve enamorado de ti, tuvimos cuatro hijos, pero nunca te ame, te quise como a la madre de mis hijos, te quise porque solo con mirarnos sabíamos que hacer, fuimos muy buenos compañeros de vida. Pero nunca te ame.
Sabes como llegaste a mi vida. Sabes que amaba a otra mujer, pero enredaste hasta quedarte embarazada. Eso si, me dejaste marchar a Londres, me dejaste ir a buscar a Marta, me dejaste preparar una boda y ¡¡zas!! . Una tarde calurosa en casa de mis padres todos citados para pedir la mano de Marta. Te levantas y con dos lagrimas en los ojos dices que estas embarazada. Lo tenías preparado desde el principio.
Elena, no, nunca te ame. Marta y yo hemos estado estos 50 años escribiéndonos, viéndonos. Ella nunca se caso. Ella nunca quiso tener hijos conmigo, te respetaba demasiado para hundirte la vida. Aquí te dejo todo nuestra historia de amor. Una historia que tuvo que haber sido de otra manera.
Marta, falleció haces unos días a mi lado, tranquila y haciéndome jurar que te contaría todo cuando ninguno de los dos estuviera ya aquí. Sabes una cosa Elena, estoy contento, eufórico, porque finalmente me voy con ella. Tú te quedas mi recuerdos, mis hijos y la caja de los secretos
Una caja que solo contiene verdad, que contiene agradecimiento hacía ti, has sido una buena amiga, una buena madre y una excelente compañera hasta el final de mis días.
Gracias.... No te pido perdón, porque no me arrepiento de nada.
P.D. Si no fueras tan perezosa Elena, tienes material suficiente para escribir una preciosa historia de amor. Siento que no sea nuestra historia. Pero es verdadera es la historia de amor que tú y yo nunca tuvimos.
..Siempre dije que, tu escribías mucho mejor que yo.
Un abrazo fuerte,
Ernesto